Noté sus manos enguantadas apretándome la garganta. Intenté soltarlas, pero no pude. Estaba soñando.
La noche del día siguiente soñé que estaba muerto y la otra, que me enterraban.
Las noches siguientes no soñé; intenté despertarme, pero no pude.
¿Estaba soñando?
LO preferiría sin la pregunta final. Bien.
ResponderEliminarCreo que Baizabal tiene razón.
ResponderEliminarcoincido totalmente, pensaba comentar lo mismo, quitar la pregunta.
ResponderEliminarBueno, sin pregunta.
ResponderEliminarSalut
Somos tres, tal vez también soñamos.
ResponderEliminarMe gusta, pero me uno a los comentarios anteriores, sobra la pregunta
ResponderEliminarDominas muy bien el tránsito entre dimensiones.
ResponderEliminarMe gusta esa incredulidad que muestra el muerto, o el vivo, soñando o sin soñar, que nunca se sabe si la vida es un sueño o qué.
ResponderEliminarUn saludo
Suscribo la opinión de Baizabal, reflejada por otros comentaristas pero voy a tratar de explicar por qué, a mi juicio, sobra esa pregunta. Con cualquier texto que leemos entramos en una especie de diálogo. Si él nos ofrece preguntas (como suele hacer la filosofía), nosotros solemos elaborar respuestas. Y si nos ofrece respuestas (como suele hacer la literatura), elaboramos preguntas. La pregunta final de este cuento suplanta la función inquisitiva del lector; o sea, anula la función comunicativa de la literatura. Por eso, el micro vibra de nuevo (readquiere su función de transmisión) cuando se suprime la pregunta final.
ResponderEliminarPABLO GONZ