Cuando el viejo misántropo descubrió que en su casa -construida sobre un antiguo cementerio judío- habitaban fantasmas, decidió tomárselo con filosofía. Esos espíritus que le despertaban en mitad de la noche con sus desgarradores alaridos y que, a veces, se acurrucaban como ráfagas heladas de viento junto a su cuerpo en la cama siempre eran preferibles a cualquier persona de carne y hueso. Después de todo, resultaba agradable sentirse acompañado sin tener que dar conversación.
domingo, 20 de junio de 2010
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Buen relato. Me gustó.
ResponderEliminarSaludo sicofónico
original y bien narrado
ResponderEliminarcreo que le vendría bien una coma más
noemí
Me pregunto: Si los fantasmas se apasionan como no pueden hablar ¿Que harán? Acurrucarse, acurrucarse... Tendrán orgasmos espectrales.
ResponderEliminarMuy bueno, preñado de intertexto y otras ideas.:)
ResponderEliminarMe gusta.
ResponderEliminarHay fantasmas muy porculeros. Que no esté tan pancho el misántropo.
Está bueno.Sugerencia: esta parte la dejaría asi: Esos espíritus que le despertaban en mitad de la noche acurrucandose como ráfagas heladas de viento junto a su cuerpo en la cama...
ResponderEliminarDe ese modo evitaría una posible contradicción entre escuchar alaridos desgarradores, que es un modo de comunicación, con lo agradable de no tener que dar conversación.
...qué miedo, yo prefiero la conversación.
ResponderEliminarUn micro fantasmalmente ingenioso!
Me gustó
Destaco la imagen del fantasma como viento frío que se acurruca al lado de uno. Creo que a partir de ahora siempre que sienta un viento frío pensaré que es un fantasma.
ResponderEliminarUn abrazo,
PABLO GONZ